Queridos todos:
Atendiendo el pedido del hermano Xavier Vouga, quien por suerte nos perdona no haber contado nada – hasta ahora – del Seven de SPAC en Sao Paulo, desarrollaremos este informe del más chacarero de los sevens del año. Nuestras peripecias por la República Separatista de Salto, se enmarcan en la segunda edición del Seven Termal, organizado por Vaimaca Rugby y disputado el domingo de Carnaval en las Termas de Daymán. Vaimaca es uno de los tres equipos que ha llegado a haber en Salto, y el 8 de febrero cumplió su primer año de existencia. Se debate exitosamente con sus categorías infantiles, mayores y mujeres, reuniendo una cantidad considerable de jugadores, así como un grupo importante de padres que apoyan con entusiasmo desde las diversas tareas administrativas.
Arrancamos desde casa con el Quiri y el Bicho en la medianoche del viernes, para arribar a Salto poco después de las 6:00 am, en viaje de ómnibus con escalas. Teníamos que llegar hasta los dominios de la familia Verocai, quienes para mayor comodidad nuestra, han decidido vivir al lado de la terminal de ómnibus. Y al lado también de la panadería, con lo que cuando tocamos timbre, ya teníamos andado un buen trecho del desayuno. Ahí nos recibió Cecilia, la menor de la familia y virtuosa Tera, que volvía del agite salteño. Nos comentó que previo al Sudamericano había estado mucho tiempo sin salir, por lo que se encontraba en plena puesta al día. Y ya que había hecho treinta, que fueran treinta y una: sumó otro colchón a un dormitorio para hacer dos lugares, mientras que al tercer visitante le tocaba otro dormitorio al frente. Nos miramos con el Quiri e instantáneamente elegimos al Bicho como tercero, contentos por poder ubicar a distancia, sus ronquidos. En eso aparece Rodolfo desde una casa contigua (los Verocai ocupan casi toda la cuadra y la manzana, entre sus casas y el enorme taller de agro mecánica), que traía una hora de sueño encima. La llevaba bien. Cecilia, que ya nos había acomodado en nuestros lugares, nos notificó que en el reparto de las tareas del torneo, ella no era parte del comité de bienvenida, por lo que con toda cortesía se guardaba, en otro dormitorio.
Armamos el mate y la charla, estaba aclarando. Se levantó Silvia, madre de todos estos chicos, y cayó Germán, el primogénito de la familia, PF de las Teras y de Vaimaca Rugby, de donde es también una de las cabezas más visibles. Venía con novedades del torneo y con algunas cuestiones de organización, sobre las que quería tener nuestra opinión. Concluimos que, ya que la cancha sería de algo así como 40 x 15 metros, jugaríamos de a cinco por lado, sin patadas y sin scrum ni lines, que serían free kicks.
Más tarde fuimos con Rodolfo a recorrer Salto: el puerto, con toda su aparatosidad de grúas y granero de épocas pretéritas; la rambla, jalonada por vistosas barrancas donde estriba la excelente arquitectura ribereña que luce esta ciudad. También los boliches, hasta los que estaban cerrados, tuvieron su referencia histórica: una sucesión de anécdotas, en algunas de las cuales Roy parecía emocionarse. Casi le proponemos embarcarnos en la tarea de reabrir el boliche, que después de haber propiciado tantas ansias, merecía mejor destino que ser tapera a raíz de un incendio. La Bámbola tenía por nombre, y en su tiempo los salteños salían “a bambolear” o hasta el más figurado “bambolei”…
Culminada esta gira entre turística y nostalgiosa, enderezamos unos kilómetros para el norte, a una chacra cercana de los Verocai, de donde trajimos un cajón entero de tomates y un tanque grande para las bebidas. También un par de colchones, que en ese momento suponíamos que serían para resguardar palos o árboles del área de juego, pero que terminaron usándose para que el Quiri repusiera fuerzas durante el torneo.
A la vuelta, por la orilla del río Uruguay, estacionamos en un lugar alto y agreste llamado “Cuevas de San Antonio”. Es una masa rocosa, de areniscas horadadas por la fuerte corriente costera, donde la parte alta y prominente de la formación rocosa aparece adentrándose en el agua, que inunda su pie de cuevas y grutas.
La tentación ya era mucha y nos hicimos al agua. Andábamos sin short, por lo que mis compañeritos eligieron zambullirse de calzoncillos; salvo yo, que estoy por encima de esos iniciales pudores y quería cuidar el asiento del auto, ¿qué necesidad de mojarlo?
Roy ya empezaba a mostrar su afinidad por el riesgo y se tiraba de cabeza desde la parte más alta que encontraba. Conocedor del lugar, caía cerca de otras piedras, pero sabía lo que hacía. Lo siguió el Quiri – otro fuera de borda – mientras que con el Bicho nos llamamos a la prudencia.
Al mediodía vino más gente de Vaimaca y en multitud le salimos a unas picadas que precedían a unos fideos con pollo, al tiempo que veíamos la seguidilla de partidos del Seis Naciones. Un almacén cercano expende jugo natural de naranja bien helado: delicioso. La ventaja de estar en La Meca de los cítricos.
Una robusta siesta y a las 18:00 estábamos en la práctica de Vaimaca, en un descampado al sur del puerto, que configuran sus instalaciones actuales. Además de padres y acompañantes a titulo diverso, más de cincuenta jugadores en tres grupos: niños, chicas y varones. Me dedico a mi afición de siempre: saludar. Me resulta maravilloso cómo hay gente que no veo desde hace dos años, que recuerda mi nombre. Observamos a Germán lidiar con todo y rápidamente salta el Quiri a plantearle ejercicios a las mujeres. Líneas desplegadas de cuatro jugadoras, con otras dos barriendo en oposición. Mucha pelota al suelo, nos arrimamos con el Bicho a proponerles que corran más juntas y nos enteramos del objetivo del Quiri, de ejercitarlas en usar todo el ancho del predio: “– por eso mismo, sigan como estaban”, rectificamos inmediatamente... Quiriquiño les dio tantas indicaciones, que al otro día se referían a él como “entrenador”, cualidad que para ellas lo definía más que la de árbitro, por la que había sido presentado.
La tocata de los varones se vuelve partido y lo llaman al Bicho para que arbitre. Se carnean, sin importar que al otro día habrá un torneo maratónico.
Me quedo con Germán y los infantiles, observando habilidades y sicologías: es una guardería con rugby, tienen mucha decisión y le ponen tremendas ganas. Todos los comentarios y observaciones de los niños van a Germán, que a veces logra derivar algo a la comisión de padres, allí presente.
Garúa intermitente, seguimos hasta que cae la noche.
Volvemos chez Verocai, las brasas crepitando bajo media res de un lechón casi cachorro (la categoría siguiente a lechón, antes de chancho adulto). Habíamos traído achuras surtidas, en un complemento que cuantitativamente resultaba innecesario. Cerveza y vino, con ensaladas varias, en una cena pantagruélica hasta las 3 de la mañana. Que en mala hora no enderezamos para la cama, sino para los boliches.
Concurrida la noche y Oasis, los tres árbitros con entrada libre por gentileza del boliche. Sigue la tomadera: engancho el clarete Irurtia con la rubia Pilsen. Los precios del interior – y más luego de haber estado en Punta del Este con el Sudamericano, donde una cervecita de 600 cc costaba $100 – invitan al exceso de cervezas de a litro. Cumbia, nena!!! Y la del interior, sensiblera y pegadiza, que no el adoquín de la villera... Bailes en ronda, el Bicho y yo – un poco por cumplidos y otro tanto por torpes – nos portamos como unos duques. Amaneciendo, la tomadera sigue afuera.
El otro integrante del panel URU, en un solo de manos y mimos con dos chicas que salían en una moto. Cuando le erraba a la conductora le acertaba a la acompañante y viceversa. Se va con ellas al cantero de enfrente, donde de a ratos lo vemos corretear, de a ratos se nos pierde... parecía un zorro entre los corderos. Más tarde tenía no solo los teléfonos (creo que hasta las medidas, el signo del horóscopo sin dudas) de esas dos y de alguna otra, sino sendos compromisos de pasar a buscarlas a todas para esa tardecita.
El sol ya calentaba y alguien propone ir al Himalaya. No podía fallar y allá fuimos, convocados por el nombre del lugar y sin más explicaciones. La comitiva es de varios vehículos, con otros vaimacas y hasta un cuidacoches del baile. Paramos en un mercadito y compramos alguna cerveza más. Demoramos en irnos. En plena ciudad, nuestra conversación sonora y las risotadas molestaban de tal modo que se hizo presente la autoridad. Los polis nos explican lo que era evidente... Les pegamos una engrasada de buena onda que resulta recíproca de parte de ellos (nunca supe si era uno solo o varios, lo cierto es que nos tratamos bárbaro) y hasta acceden a fotografiarse con nosotros. Nos dan direcciones adonde seguirla con menos contratiempos. Entonces vuelvo a pedir por el Himalaya y me revelan que es el nombre del mercadito... me parece increíble y me lo tiene que jurar el dueño (el gran letrero de la puerta ya no lo distinguía). Toda esa imagen de whiskería con ambientación asiática resulta este simple mercadito tempranero... no se puede confiar en los nombres!!!
Diez de la mañana, de algún modo llegamos a lo de Verocai. Las urgencias urinarias son satisfechas en la vereda y contra la camioneta, en un episodio que al parecer no estuvo elegante. Y todavía no es nada...
Desmayados, a dormir. Parece que la llegada al colchón fue harto dificultosa, tanto como la desvestida, cosa que el Quiri ni siquiera intentó. Peor que eso, parece que hay también, documentos gráficos.
En un momento nos despiertan: está todo para iniciar el torneo y lo único que faltan son los jueces. Estoy poco menos que inconciente. El Quiri me da un Uvasal y el Bicho un vaso de yogur. Por esos aciertos, el día anterior había aprontado mis cosas en una mochila. Me ubico en el asiento de atrás del conductor. Maneja Silvia, la madre de los chicos; me vuelvo a dormir instantáneamente. Llegando a las termas, el Bicho da la voz de parar y me largo a vomitar. En eso abro la puerta, pero los primeros ímpetus fueron dentro del auto... y en la espalda y hasta el cabello de Silvia...
“No hay nada como el peligro pa´ refrescar a un mamado” dice el conocido adagio popular. Y aquí se aplicó algo parecido: la repentina conciencia de encontrarme responsable de tan cochina torpeza, me tornó súbitamente lúcido. Me deshice en disculpas, limpié lo que pude con una toalla y de la vergüenza quedé tan prendido que se me pasó todo… El Bicho la limpió a Silvia, quien siempre trató de minimizar la situación y de atenuar mi inconmensurable bochorno. Le agradeceré por siempre…
Creo que no habíamos llegado al predio del torneo y ya todos sabían del insuceso. Era el momento de elegir nombres para los equipos, y uno de ellos – para peor el ganador – se denominó Vómito, sin ninguna concesión a la sutileza.
Uniformemente vestidos con la indumentaria del Sudamericano reciente, arrancó el Quiri con un partido de infantiles. Aprovechando su estatura de niño, el muy chanta empujaba en los mauls y hasta vino un pibe a protestarnos porque “el juez me tackleó”... “– No, te habrá parecido”, le contestó el Bicho.
Había varios equipos de mujeres, con unas chicas de Salto Rugby y Halcones entreveradas con Vaimaca. Lo mismo en varones, donde si bien el equipo principal de Salto Rugby estaba disputando el vistoso seven entrerriano de Chajarí, en el que ya había confirmado su participación, participaron algunos jugadores que quedaron en Salto, mezclados con jugadores del organizador y del otro cuadro local. Para completar, se presentó un contingente numeroso de Paysandú Plaza, con buen equipo y muchas ganas.
Al tercer partido me consultan si estaba en condiciones de dirigirlo y lo asumí sin dudas. No tenía la más mínima gana de hablar (puros gestos, parecía un mimo), pero sentía que necesitaba correr y sudar. Detrás de cualquier desentendido en el juego – inventado, porque en realidad no había quejas – los jugadores y espectadores sacaban a relucir mi reciente borrachera… El agua de todas las canillas de Daymán sale a temperatura de termas, y yo estaba con más sed que un árabe recién operado. Los vaimacas habían traído mucho hielo, pero no rendía demasiado cuando tocaba enfriar un litro de agua caliente. Tomamos toda la tarde, a la temperatura que fuera.
Así públicas nuestras intimidades, sin posturas que guardar ni posibilidad de disimular nada, creo que nos desempeñamos con solvencia y en consonancia con el clima – y el reglamento – chacarero. La gente del interior no es de cuestionar al árbitro, si bien luego frecuentemente nos consultan, por cuestiones concretas. Pero había un gordito chiquito irredimible, que discutía todo y que el Bicho amonestó en la final: sí el que nos daba más trabajo era el Quiri, que jugaba en el Vómito, junto a dos de los hermanos Verocai.
La final fue contra el otro Verocai (Maxi, 19) y su equipo más joven. Antes que eso, la verdadera final – anticipada, según dieron los cruces – fue de los campeones con Paysandú Plaza; muy pareja y disputada.
Promediando la tarde, se hace un partido de espectadores estrictamente ajenos a este deporte. Indios de todo calibre, se improvisan a sacarse lascas entre la arena. Entre ellos el Coco Verocai, el último de la familia en relacionarse con el rugby. El Coco, a diferencia de Silvia que hasta acompaña a sus hijos en los viajes, no se entusiasmó nunca con esta movida. Siguió por fuera cuando Cecilia empezó a jugar, que lo primero que hizo fue quebrarse una clavícula y purgar una larga convalecencia. Pero Cecilia volvió y llegó a ser Tera... con lo que papá no pudo resistirse más y pasó a ser un colaborador de fierro, bien enterado de todo y hasta a mirar y analizar los partidos por la tele. Y lo que hizo ahora de entrar a la cancha es casi una inercia del proceso en que venía. El Coco se desempeña con muy buen criterio para el juego y coraje para el contacto. Y es por lejos el más festejado por parte de la tribuna.
Germán me pide que haga un partido de dos minutos, pero el entusiasmo general me hace llevarlo a siete. Es una real doma y mi excesiva puntillosidad de no cobrar un try tempranero con corrida por afuera, hace que terminen empatados en cero.
Hamburguesas con tomate y lechuga, hechas al costado de la cancha, principalmente por padres y allegados. El titular de la plancha, el negro Ángel Jesús Santurio, era el wing del campeón, que cada vez que le tocaba jugar, se quitaba el delantal y se zambullía a la arena, donde estuvo por demás certero.
El Quiri jugó muy bien. Guapo en defensa y tirando a sucio en los rucks, siempre había que prestar atención a lo que estuviera haciendo. Salvo sus desentendimientos con los árbitros (qué querés, es de Cricket) dio a quien quisiera verlo – y así a sus dirigidas del día anterior – el ejemplo de lo que proponía en la práctica del sábado: abría la cancha de un modo tal que le marcaba al compañero – el negro Ángel – el carril de carrera.
Para el último tramo aparece Tatanka, jugador y brillante dirigente, a quien en la empresa (un supermercado) le encajaron un balance por todo Carnaval. Al menos estuvo un rato, entre tanto inventario y listado. Tras más de siete horas de juego, apuramos los trámites a las 22:30 porque se cerraban los vestuarios. Igual, nos bañamos en la lluvia de la piscina más cercana y hasta nos zambullimos en alguna ya inhabilitada y vaciándose.
De vuelta en Salto, el Quiri se vuelve a Montevideo casi en lágrimas: “lo que me voy a perder!!!” – No le falta razón, queda por delante la mitad de la crónica.
Con el Bicho y los Verocai salimos a una gira de boliches desiertos. Nuestros anfitriones concluyen que la movida es en Arapey... y así de cansados como estaban, todos rayados por la arena, machucados por los frentazos, apenas logramos disuadirlos de emprender los 90 km hasta allá esa misma noche. Es que está en su naturaleza largarse a lo que sea... y mañana será otro día.
Nos guardamos como a las cuatro (para no haber ninguna actividad, ya resultaba una hora generosa) con el proyecto de arrancar al otro día para Arapey, más descansados y mejor pertrechados.
El lunes iniciamos los movimientos más bien tarde. Cruzamos a Concordia con el único objetivo de proveernos de bebidas. Con las indicaciones del negro Ángel Jesús, otrora ciudadano de Concordia (y también – con ese nombre – monaguillo, pero ya es otra historia), nos dirigimos a comprar en un distribuidor. La cantidad pretendida lo permitía. Lo encontramos en la siesta del trópico, por lo que desembocamos en el Carrefour. La relación de precios con Uruguay es muy favorable, hay cosas muy baratas. Aún con ese hándicap, priorizamos cantidad sobre calidad. Fernet Ramazzotti y la correspondiente provisión de Cocas, Whisky Criadores y caña Velho Barreiro; también algunos vinos. Embagayamos algunas botellas en la auxiliar y escondites especiales, pero los aduaneros ni nos miraron el equipaje.
Algunos en ómnibus, otros en moto, la camioneta rural de los Verocai llena de gente y una Toyota con ocho más y los enseres, fuimos tomando rumbo al Arapey. Bombo, redoblante y una especie de repique, como para no pasar desapercibidos. El fernet con Coca de mano en mano, la batería sonando con Roy como percusionista más idóneo, sin que este destaque represente un real elogio. Algún comentario para toda aquella – o aquél – que se cruzara. Primer día de calor, que hasta ahora no parecía que estuviéramos en Salto. Uno de los integrantes es el primito Checha. Es un pibe menudito, como de 13 años y carita linda e inocente. Resulta que tiene 19 y es un forajido a tiempo completo, trasgresor de todas las reglas y compulsivo piropeador, no necesariamente poético ni delicado. Hace años en un turismo en Arapey, se había organizado una competencia deportiva entre los campamentos, con categorías por edades. Para levantar un poco, los Verocai inscribieron al Checha, de 15 años, en la categoría de menores de 10. No despertó la más mínima sospecha... menos aún cuando en 100 metros le ganó un pibe de 9. Con lo que su grupo no pudo repuntar ni haciendo esa grosera trampa, pero quedó para la historia.
Llegamos a media tarde a las Termas: parecía que estábamos en Brasil. Una ciudad de gente, mayoritariamente de Uruguayana, Quaraí y hasta Porto Alegre. Con la suerte de quien tiene buena estrella, encontramos a unos que se iban en ese momento, dejando libre su parcela, que entonces no tuvo descanso.
Los vaimacas adoptan un estilo plancha de relación, del que si bien son relativamente ajenos, se empeñan en llevar adelante. Así, cada observación de alguno es repelida con un “no te pongas la gorra conmigo” y todas las variantes posibles, asociando el presunto abuso de autoridad con el uniforme policial. Tampoco es que les falte – a los planchas verdaderos – razón histórica, pero esta barra lo practica a extremos de caricatura. Rescatate!!!
De piscina en piscina, nos dedicamos a saltos ornamentales (con alguna observación por parte de los cuidadores de las piscinas) y luego a pirámides humanas de tres pisos y casi cuatro; el Checha siempre al último nivel. Con el Bicho nos ubicamos siempre en la base, y así recibimos algunos Chechazos de punta sobre nosotros, en cada intento fallido.
Ni bien cae la noche, se largan las comparsas a desfilar por las calles centrales de las Termas. Oriundas de lados tales como Bella Unión y Rivera, están conformadas por mucha gente que baila y toca diversos instrumentos de percusión como bombo, redoblante, platillos, triángulo y xilofón, y de viento como trompetas y similares, de variado calibre. Todo el estruendo y el color, mucha gente organizada con sus sillas playeras bordeando el pasaje. Nosotros al costado, con provisiones de alcohol como para resistir un sitio o una ley seca. En los intermedios, uno (el Conejo) que promociona no sé qué y nos reparte un condón per cápita. Siguiendo la misma línea de otras veces y cuya razón no comprendo, me da dos.
El espectáculo está fuertemente custodiado por la policía y por unos monos enormes de los grupos GEO. Con un estilo no muy contemplativo, están a cargo de ordenar el espectáculo y los espectadores.
Roy y el Checha han estado preparando un bailecito coordinado, de desplazamiento lateral, con sentadita de lo más elegante... para nuestro criterio. Lógico que el desfile era para las comparsas previstas y no para máscaras sueltas. Pese a todas las advertencias de la autoridad, se largan sus piques por entre las bailarinas, en una pulseada que se torna excesiva. Más tarde, en el campamento, hablamos de eso y les hago saber mi opinión sobre que no estamos para educar a gente que no conocemos y con quienes no nos va nada; menos aún a riesgo de un problema y hasta una calaboceada.
Cerca de nosotros está el intendente Ramón Fonticciella y señora, sentados en la parte central del trayecto del desfile. Tomamos coraje con Silvia, Germán y el Bicho, y nos presentamos a contarles de la actividad desarrollada el domingo en Daymán, y agradecerles el apoyo de la IMS. Es así en plural, porque la señora de Fonticciella, quien en su momento fue maestra de algunos de los Verocai, tiene al parecer bastante protagonismo en estos auspicios. Hablan de un proyecto de cancha que venían manejando entre Vaimaca y la intendencia, y Ramón informa que lo vio y está a punto de aprobarlo e instrumentarlo.
Luego de eso, prudentemente, nos trasladamos bastante más lejos con nuestro grupo, para no borrar con nuestra evidente desprolijidad lo que acabamos de escribir en tan civilizada entrevista.
Todos los vaimacas pendientes de que los árbitros bailemos con las vedettes del corso, sacando fotos y festejando cualquier trasgresión al protocolo establecido. En ese batifondo de percusión y vientos, lo llamamos al Quiri, solo para que sufra...
Culminado el desfile, la orquesta del baile de la noche hace una previa en un escenario público. Es Sonido Cristal, de Paysandú, que tocan con buen oficio algunas cumbias conocidas, pero distorsionando el ritmo en algunas partes, en una decisión a la que no le encontré el mérito: hubiera preferido un simple cover sin versionar. La barra de Vaimaca nos alienta todo el tiempo a que subamos a bailar al escenario. Por suerte los músicos pronto nos piden que bajemos: prefiero mantenerme dentro del público. Se hacen unos contactos y aceptan como cantante a Paola, una de las chicas de la barra, quien además de rugbista es cantante profesional. Ella larga con algo bastante melódico, y su voz dulce y la excelente entonación, empequeñecen a la orquesta y sus cantantes. La vivamos a más no dar…
Para la canción siguiente gana la euforia y nuevamente el público llena el escenario. Con el Bicho entre otros, saltando todos al ritmo, el tinglado de madera empieza a crujir y ceder. La evacuación inmediata evitó la emergencia.
Unos vuelven al campamento, otros a una ducha. Batucada doméstica y cena de hamburguesas al pan, sin interrumpir el fernet. La carpa de unos brasileños linderos que empieza a moverse mucho y esta barra a golpear las manos y la carpa, avisando que de afuera se notaba la actividad de adentro. Sale un bayano morocho y grande, queriendo reclamar por su intimidad, pero se disuade ante tanta gente. Luego Rodolfo me asegura que eso de golpear las lonas de quienes estuvieran en frenéticos entretenimientos íntimos es un clásico de las Termas, que hay que aceptarlo así… Me ve poco convencido y sigue: “es como a la vuelta del baile, comer de las feijoadas que preparan los vecinos: se sabe que es así y está dentro de los códigos del campamento”. Me figuro que nadie pondrá la olla caliente dentro de la carpa, sino que quedará en el fogón o en esos alrededores; allí es donde los amanecidos van a servirse. Y bueno, le concedo que puede ser así, vaya uno a saber…
Enderezamos para el baile de la noche y resulta que una de las chicas de la boletería había jugado en Vaimaca. Ahí también como en todos lados, los árbitros tenemos entrada libre. Roy hace todo lo posible para llevarse por delante a los mismos GEO que estuvo pulseando en el desfile. Al cabo no sabemos qué hacer – me toca parlamentar un poco ante un uniformado que se relame de ganas de molerlo a palos – y más por nosotros que por su gusto, se decide a dejar sus desafíos. Por suerte después se cruza con una rubia alta y muy decidida, que lo entretendría el resto del baile y parte de la mañana, dejándolo mansito.
El baile es en un predio cercado en medio de un pedregal, con una carpa grande con un par de costados recogidos. Los ramalazos de viento nos convidan con el polvo seco de la pista sin pasto. En medio de la gente y la danza, se patea algún cascote bien duro. Varios de los muchachos de Vaimaca hacen todas estas giras descalzos, en una concesión más a su gusto por el sacrificio.
El baño único del baile es un cuchitril sin puerta. Los varones meamos en el perímetro, las chicas hacen cola. Por ahí un par de ellas más impacientes arrancan también para una punta del tejido, y por turno, una hace pared y la otra satisface sus urgencias fisiológicas. En esa media luz resaltan las bombachitas blancas, a mitad de camino en sus pantorrillas que enchuequecen en incómodas cuclillas: vamo’ arriba!!!
Con tanta gente en la excursión, las carpas y sobres disponibles resultan escasos. Enderezamos unos cuantos a dormir en una piscina que permanece habilitada toda la noche. Está ubicada en una parte alta, bien sobre el río Arapey, coronando un cerro que desciende formando piscinas naturales de losa rocosa, algo así como terrazas de agua, al correr de la ladera. El cansancio no nos inhibe de admirar el paisaje. La piscina tiene partes bajas con asientos y caños en los que acomodarse. Yo duermo con casi toda la cabeza – hasta los oídos – bajo el agua. Sólo asoma hacia arriba la nariz, que por suerte no es chica. Cada tanto alguien hace una pequeña ola y me despierto apenas.
Aparecen algunas ninfas y la barra se explaya en los piropos, los aplausos y los pedidos de baile. Las brasileñas agradecen, bailan y se muestran, pero el cuidador exige orden y silencio. Nuevamente conflicto con la autoridad: “callate Aquamán, dale Linterna Verde”. Llamado de éste a los polis, desbande, vuelta a la piscina y captura. Terminan llevándose – en una camioneta Mahindra oficial, una monada – al negro Angel Jesús, quien culmina así una actuación redonda.
Todavía temprano empiezan a vaciar la piscina y nos vamos moviendo a lugares más profundos. Llega Rodolfo de estar con su rubia, única razón por la que de momento no está preso.
Entrada la mañana nos despiertan, porque tienen que echar cloro y cepillar. Estamos todos juntos en un pozo, como bagres que se les va secando la cañada: no es de nuestros momentos más elegantes.
Nos cambiamos a una piscina próxima, que es cerrada y de agua muy cliente, que hasta chorrea por las paredes. Dentro del local se crea un microclima tropical húmedo, que propicia plantas exóticas. A esa altura, con la jardinería ya no es lo mismo que con el paisaje: con el Bicho no tenemos energía para descifrar más que un par de arbustos. Dormimos un rato más, acostados sobre los bordes. Como todo el tiempo, la letanía de las conversaciones en portugués nos acompaña sin molestarnos. Volvemos al campamento, preparamos el mate, nos sacamos unas fotos. Abordamos un ómnibus local cuyo conductor no tiene guarda. Entonces junta a todos los viajeros y estaciona a la sombra, ya saliendo de las Termas, para vendernos los pasajes. Con la parsimonia típica del interior y dando cambio de monedas, estamos media hora completando los aspectos administrativos del viaje. Nos dejará en la terminal de Salto, en donde hacemos combinación hacia Montevideo, destino del Bicho. Yo me quedo en Paysandú por el resto de la semana, amigos y tablado, como si la dosis de chacarerismo no hubiera alcanzado.
Reciban un abrazo, seguimos en línea.