La confirmación del paso del tiempo para este remedo de cronista que juega a escribir para matar ansiedades y horas baches, está en detenerme unos segundos a contemplar rápidamente al pasado. A esa contemplación le sigue la sensación de quedar absorto al ver que quienes apenas ayer eran una “gurisitas”, hoy ya son mujeres con vidas hechas entre tackles, abrazos, lágrimas y miles, miles de kilómetros de distancia.
Saco las telarañas de este cerebro cansado y parece que la veo a ella, jonvencísima apenas pasados los quince años recuperándose de una fractura llevando a la casa de mis
viejos de Vilardebó 148 un encargue de vaya a saber uno qué era, pero que sin lugar a dudas era de naturaleza comestible y que, con la debida transacción económica, ayudaría
a juntar fondos en metálico y así pagar los costos de algún viaje organizado por muy reciente equipo de rugby que contaba, entre sus filas con una división de Rugby Femenino.
Pelo larguísimo, pecas y un “cabestrillo”, fue lo que retuvo la retina. En seguida las presentaciones de orden: “Tatanka, Cecilia mi hermana… Cecilia, Tatanka” y mi inmediata sorpresa ante esa adolescente que a pesar de su juventud, ya tenía su andar en las canchas de rugby.
Era una de las integrantes de una familia que con el tiempo adopté medio de prepo, o ellos se resignaron a mí, vaya a saber uno a saber que fue exactamente lo que realmente pasó, pero la ovalada fue excusa para conocer, integrarme y querer como propia a la familia Verocai. Familia que además de la adolescente Cecilia de aquel lejano 2005, 2006 tenía a una rubiecita de unos cinco o seis añitos, la primogénita de Germán y Ana, de nombre Antonella, quien sin saberlo en ese entonces (ni ella ni ninguno de nosotros) se sumaría pasados los años, a una travesía junto a su tía llevando su rugby a límites por ese entonces insospechados.
Salto, lugar de nacimiento de épicos deportistas que han sido como una suerte de embajadores y que tanto han aportado a nuestra identidad, colocándonos con sus logros en lugares distinguidos del acontecer nacional, ha sido también la cuna de una tía y su sobrina, emparentadas por los lazos de sangre y por compartir un destino signado por el amor por el rugby, que hoy se ha convertido en su razón de ser, de existir.
El murmullo del río Uruguay, los naranjales, las frías horas del invierno en los campitos que oficiaron de lugar de entrenamiento, las sofocantes temperaturas del inclemente verano fueron testigos del desarrollo de Cecilia y Antonella Verocai, que dieron el paso decisivo de cruzar el Atlántico con su talento y hoy en los terrenos europeos, dejar sus nombres resonando como sinónimo de triunfo y resiliencia.
Ceci, Anto… Anto y Ceci, vienen con su viaje desde hace años en el mundo del rugby recorriendo incontables kilómetros. Desde un punto al otro del país, desandando caminos y rutas eternas para llegar a las distantes canchas uruguayas. Distantes no tanto por lo extenso de nuestro terruño sino por lo acotado en cuanto a la cantidad de clubes que incluyen dentro de sus propuestas la práctica del rugby femenino y que hacía, y aún hoy se mantiene, que cumplir con cada cita, cada fecha del campeonato sea todo una travesía.
Ambas defendiendo la blusa azulgrana de Vaimaca, aunque Ceci con una pausa negrirosada de su época en Terranova de Paysandú, y un saldo en la sumatoria con once títulos de Campeona Uruguaya para una y tres para la otra (ya que contabilizo los otros tres obtenidos por Anto como juvenil).
De la quimera que redundaba practicar un deporte tan desconocido para el uruguayo típico, con tanta carga de prejuicios, algunos ganados con justicia, otros fruto de la ignorancia, el ser, el pertenecer, el demostrar fue una batalla constante por lograr algo de reconocimiento y respeto.
Cecilia, fue pionera con su inquebrantable voluntad y rápidamente se destacó. Su presencia en el campo no solo era imponente por su impresionante despliegue de energía en cada carrera cada golpe, exponiéndose a niveles asombrosos y con un aparente desprecio por su propia integridad física, no existía (ni creo que existan) medias tintas a la hora de tacklear o limpiar un un ruck. No solo el juego aguerrido y sino también por su capacidad de liderazgo tanto fuera como dentro de la cancha. Puños apretados, paso firme, pero también cerebro para organizar, coordinar, dirigir. Así fruto del trabajo sin pausa, dinamismo, ímpetu y coraje se estableció, se hizo un nombre fácilmente reconocido y hoy es faro y ejemplo.
Antonella, inspirada por la figura su tía, se adentró en el mismo camino. Con la misma pasión, pero con un estilo propio, se convirtió en una estratega nata, una jugadora que leía el juego con la precisión de un ajedrecista, hábil, pilla, sumándole además habilidad y técnica pateadora para efectivizar penales y conversiones.
En conjunto, en los años que les tocó compartir plantel, no era raro ver a Cecilia rompiendo la defensa contraria con su poderosa carrera, mientras Antonella dirigía el ataque con la precisión de un director de orquesta.
Cada una con su estilo, nos regalaron una serie de triunfos que han llevado a Vaimaca a ser, hasta la fecha, el equipo de rugby femenino más laureado de nuestro país (datos para la estadística, desde el año 2006 que hay Torneos/Campeonatos de Rugby Femenino, y Vaimaca desde su fundación a la fecha ha levantado diez veces el trofeo principal).
Para ambas, Vaimaca fue hogar, lugar donde los sueños abandonando lo onírico y haciéndose realidad. Vaimaca fue donde se fueron forjando ellas mismas como personas, como atletas y a su vez, casi que por inercia, también dieron forma al futuro que hoy, ya es presente, a la distancia de un charco extenso como un océano.
El talento y el esfuerzo finalmente dieron sus frutos y algo impensado para casi todos, las fronteras dejaron de ser tales y al viejo continente se lo tomó como nuevo destino.
Cecilia fue la primera en partir, primero con rumbo a Italia, luego arribando a Francia en donde logró un hecho trascendental para el mundillo del rugby: ser una de las muy pocas atletas uruguayas a la que se la contrata para jugar de manera profesional en uno de los equipos más importantes del rugby del viejo continente, el Stade Fracaise (futbolizando: es como si hubiera sido contratada por Real Madrid o al Barcelona del mundo rugby).
Así viajó, así se enfrentó a lo desconocido, con sus maletas cargadas de rugby, ansiedades y emoción le tocó dar pelea a una adaptación nada amigable: el desarraigo, la soledad, la barrera del idioma que se configuraron en adversarios formidables. Idas y vueltas con aspectos administrativos, contractuales, incertidumbres, miedos, más de una lágrima, más de un momento de pesadumbre. La distancia alejando familia, afectos, amistades haciendo que esas ausencias pesen como un ancla y que el corazón se debata a diario entre sueños y nostalgias. Por suerte y para la sorpresa de nadie, la valentía de Ceci no solo es con la ovalada y lo demuestra día a día en la “ciudad luz”.
Antonella, con el espejo de su tía, con su guía, también cruzó el Atlántico, firmando con el CUS Milano en Italia. Otro ejemplo donde la resiliencia tuvo que salir a relucir para hacer frente a situaciones y emociones: en su joven edad enfrentar el desafío de un nuevo idioma, una cultura diferente y la distancia de su querida ciudad de Salto.
No obstante, como marca registrada el coraje de la “flaquita” y la pasión que la han definido desde siempre, la llevaron a adaptarse y hoy, a destacarse en el rugby del país con forma de bota. Titular indiscutible y una talentosa jugadora cuya entrega incansable deja su huella en cada partido.
A riesgo de sonar grandilocuente con el término, las que ayer fueron gurisitas (una de ellas incluso supo estar bajo mis atentos cuidados como improvisado “Babysitter” alguna que otra vez), han sabido llevar su devenir en una especie de epopeya moderna donde han tenido que enfrentarse no solo a los retos propios del deporte, sino también a los desafíos adicionales de ser pioneras en un campo tradicionalmente dominado por hombres, en un deporte que dista bastante de la popularidad entre el común denominador de los uruguayos, tomando estos desafíos como posibilidad para fortalecer su carácter y su determinación. Cada partido, cada entrenamiento, es una oportunidad para demostrar su valentía y dejar una marca imborrable en ambos márgenes del Atlántico.
La historia de Cecilia y Antonella Verocai es una narrativa de pasión, sacrificio y éxito. Desde las canchas de Salto hasta los estadios europeos, estas dos mujeres han demostrado que con determinación y esfuerzo, los límites son solo un punto de partida. Su legado en el rugby femenino es un faro de inspiración para futuras generaciones y un recordatorio de que los sueños se pueden alcanzar, sin importar cuán grandes sean los desafíos.
En cada pase, en cada tackle, en cada victoria, nos muestran que el rugby es más que un deporte; es una forma de vida, una pasión que, cuando se lleva en el corazón, puede romper todas las barreras.
Y así, desde Salto hasta Europa, han ido ellas, y siguen yendo, lejos de su gente, de los mates compartidos y de las risas familiares, del barrio, del club, de su idioma. Pero como en esas canchas coronadas de Haches gigantes, van encontrando su voz haciendo del rugby, su refugio que las conecta con su esencia. En cada pase, en cada tackle, en cada
try, la aparente soledad y la lejanía son derrotadas, y nosotros desde este rincón del mundo, ubicados en una especie de tribuna virtual, atestiguamos sus carreras, alentando como siempre y más.
¡Salud gurisas!, ¡Se las quiere! ¡Se las extraña!